La mayoría de los coches en circulación sigue siendo de combustión, lo que contribuye de forma significativa a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Un coche convencional libera CO₂, NOₓ, partículas contaminantes y más, tanto por el uso del combustible como por su mantenimiento. En cambio, un coche 100 % eléctrico —si se alimenta con electricidad limpia o renovable— puede reducir esa huella de carbono de forma importante.
Aunque fabricar un vehículo eléctrico con batería genera emisiones iniciales más altas que fabricar uno térmico, diversos estudios muestran que en pocos años de uso esas emisiones extra se compensan gracias a la eficiencia del motor eléctrico y al consumo energético mucho menor.
Además, el impacto positivo no es solo individual: si muchas personas o flotas adoptan eléctricos, la reducción de emisiones a nivel local y global puede ser considerable — algo clave para el cumplimiento de objetivos climáticos.
En definitiva: pasarse a eléctrico significa reducir tu propia huella de carbono, y si muchas personas lo hacen, mejorar considerablemente la calidad del aire y ayudar a frenar el cambio climático.
Cambiar un coche de combustión por uno 100 % eléctrico no solo reduce tus emisiones, sino que te permite obtener el certificado de ahorro energético (CAE). Gracias a este sistema oficial, la eficiencia que consigues al dejar atrás un motor térmico puede convertirse en un beneficio económico real.
Los coches eléctricos no emiten CO₂, NOₓ ni partículas en circulación, lo que disminuye de forma drástica tu huella de carbono. Aunque la fabricación de un eléctrico produce más emisiones iniciales, se compensan rápidamente debido a su eficiencia.
Al sustituir tu coche antiguo, ese ahorro energético puede certificarse mediante CAE, permitiéndote recuperar parte de tu inversión y contribuyendo además a los objetivos de descarbonización del país.


